Tengo que confesar una debilidad gastronómica: me gusta el tomate, pero no cualquier tomate sino precisamente el tomate muchamelero. Todavía recuerdo el día que, en un restaurante murciano, probé esa delicia. Desde entonces persigo con cierta dedicación esa variedad de fruta, si fruta, que no es fácil de encontrar, al menos con la «melosidad» y dulzura que lo caracterizan y que lo convierten en un bocado exquisito.
Creo que la experiencia de encontrar un sabor nuevo asociado a ciertos lugares debe ser bastante común. Todavía recuerdo un trago de cerveza impresionante a orillas de un lago de los alrededores de Munich o un bocado de cordero de Burgos en una, entonces, rústica casa de comidas en el centro de la ciudad castellana. Hoy creo que orlado por muchas estrellas. Todavía me acuerdo de las sardinas a la plancha en las playas de Laredo.
Volviendo a nuestro tomate, a primeros de julio pude asistir en Mutxamel a la tercera feria del tomate celebrada en dicho pueblo. Allí pude asistir a diversas charlas de entendidos que nos ilustraban sobre las características de este producto y los esfuerzos que en unión con la Universidad se están haciendo para recuperar esa variedad de tomate autóctono, que casi había desaparecido en su patria de origen, haciéndola mas resistente a las plagas que otrora los diezmaban.
No hay qué decir que por un precio módico, lo que no es habitual, adquirí un par de kilos de este producto del que dí buena cuenta en unos días, en compañía de la familia.