Y llegó el 29 de junio, crisol de fiestas alicantinas, último de fuegos en el Postiguet, grande en la isla de Tabarca y Presentación de cargos y Pregón de Moros y Cristianos de San Blas. Tres en uno. La mala noticia es que hay que elegir. Y en esta ocasión, elijo San Blas, por ser mi barrio, como el de tantos otros madrileños que un día nos quedamos para no volver.
Setenta y seis años después de su inicio, San Blas continúa engrandeciendo la tradición moruna y cristiana. Y lo hace en su humilde condición de barrio, sin más recursos económicos que los arrancados de los bolsillos de los festeros “sanblasinos”. Y compartiendo durante muchos años asfalto y calendario con las todopoderosas Hogueras. Además es una de las pocas celebraciones de carácter exclusivamente civil, rompiendo la tradición española de festejar en honor del santo o de la advocación mariana del lugar.
Todo son regalos en los próximos días para los cinco sentidos. San Blas contribuye a que Alicante no pierda su olor natural, el de la pólvora quemada. Nos regala al oído los mejores compases de sus marchas y a la vista el señorío de sus trajes en las entradas. Nos invita a saborear la “ruta de la tapa”, altamente recomendable en compañía de familiares y amigos. Y para tacto el de las palmas, para aplaudir al paso del Alférez y del Capitán.