Es incontestable que en la vida todos tenemos historia, pero a veces nos encontramos con personas que tienen “historias” que contar. Esto me ocurrió cuando, paseando por la Explanada, me senté a disfrutar de la suave brisa que venía del mar. Un señor mayor se sentó en el banco en el que estaba, y tras unos minutos de cortés silencio me dijo que se llamaba Manuel y era del barrio de San Blas yo le correspondí. En la conversación me contó la historia de Alfredo.
Alfredo era un chaval travieso, inteligente y, como todos a su edad 10 años, inquieto. En el colegio era un chico despierto, con facilidad para relacionarse con los compañeros y compañeras de clase. Vivía con sus padres y era el segundo de tres hermanos, le gustaba mucho el fútbol y su padre le apuntó al equipo del barrio.
Tenía entrenamientos al finalizar las clases, a los que acudía contento e ilusionado, solía jugar todas las semanas, ¡era titular!, porque se esforzaba en los entrenamientos. Un día el entrenador, lo cambió por un compañero que, según él, jugaba peor. El partido se perdió y desde ese día, Alfredo cambió: perdió la ilusión por los entrenamientos, no se esforzaba y, como consecuencia el entrenador no lo solía convocar entre los titulares y casi siempre estaba “calentando banquillo”. Así pasó la temporada y la siguiente, Alfredo comenzó con la misma actitud.
Un día, al acabar el entrenamiento, Alfredo estaba lloroso y muy desanimado, el entrenador se dio cuenta y le preguntó qué le pasaba, Alfredo le contestó que estaba muy preocupado porque su padre estaba muy enfermo, el entrenador le dio permiso para no asistir durante un tiempo a los entrenamientos, no obstante el día del partido, Alfredo acudió, pese a no estar convocado y le dijo al entrenador que por favor le diera la oportunidad de jugar ese día, ante la negativa del entrenador, le siguió insistiendo con tanta intensidad que le preguntó por qué insistía tanto en jugar ese día, a lo que Alfredo le contestó: “Mi padre murió hace unos días y desde que empecé a jugar en el equipo, siempre me acompañó a los partidos y como era ciego nunca me vio jugar y ahora que está en el Cielo podrá verme por primera vez, por eso quiero jugar”.
El entrenador le dio permiso y Alfredo jugó el partido de su vida.