Al poco de llegar a vivir a la ciudad de Alicante y de embeberme de su maravillosa Explanada que recorría incansable saboreando cada paso sobre su mosaico, el fotorreportero Álex Domínguez y su mujer, Alicia Parodi, alicantinos los dos de pura cepa, –de la hoguera Florida Portazgo nada más y nada menos– y a los que tengo el honor de llamar amigos, me mostraron el perfil del moro en la ladera del Castillo de Santa Bárbara.
Admito que tengo una visión nada imaginativa y la espacial me cuesta horrores, así que por mucho que lo intentaron, no conseguía ver al dichoso moro. Y no fue hasta que me topé con unos cuadros sobre pasajes alicantinos que vendía un pintor callejero y que mostraban al moro perfectamente esculpido que pude al fin localizarlo y contemplarlo. Y cada vez que voy por el Puerto y termino mi paseo en la Explanada, nada me gusta más que mirarlo y sentir el privilegio de saberlo. Y siento escalofríos al recordar que, según cuenta la leyenda, el perfil está ahí petrificado a lo largo de los siglos y del tiempo por haber matado al amor de su hija, por intolerancia y por no cumplir promesas.